13.07.2024 06:57 a.m.
Redacción: Marco Antonio Hierro - Cultoro.es - Web Aliada - Foto: Emilio Méndez
Roca Rey ejerce de Rey de Pamplona la tarde en que Pablo Aguado la deslumbra con una obra psutil para paladares exigentes.
Pamplona - España. A Roca Rey, que aún es joven para mandar mucho tiempo, no se le conoce techo, es verdad. Pero hay tardes en las que parece empeñado en borrar de las memorias cualquier rastro que no huela a él, y esta ha sido una de ellas. La tremenda ambición de Andrés provoca esa entrega comprometida y sin límite a su estatus de mandón para seguir manteniendo esa vitola entre el público -por eso a esta plaza la tiene entregada- y entre las empresas, y por eso es el que más parné recibe. Lógico y natural; todo procede de ser consciente de que ganas más cuanta más gente arrastras a las plazas, y en eso no es Andrés torero de guardarse nada. Pero es que hoy se fue a ponerse de rodillas en el altar de los sustos en los dos toros que tuvo en suerte, toreó de rodillas como si estuviera de pie y se comportó toda la tarde como si a pamplona -donde ha triunfado y ha sangrado- le hiciera falta su pellejo para estar convencida de su filiación rocareyista.
Pero siempre ha habido en el toreo quien recorriese las plazas dejando el aroma de su vitola, de su sello, de su personalidad. Siendo guardianes de esa magia taurómaca que encierra la naturalidad, la personalidad, la torería y otras muchas cualidades indefinibles que sólo se reconocen cuando se sienten. A ese Aguado que hoy vino a presentarse a Pamplona sustituyendo a Morante le sobraron todas esas virtudes en una faena de exquisitez. Fue como si, de repente, alguien fuera capaz de relegar a un segundo plano la bullanga de Pamplona y trasladar el escenario a otro plano dimensional, donde todo era armonía.
Pero vayamos por partes, porque cuando Pablo se abrió de capa para firmar esa obra ya había borrado Roca Rey cualquier duda que pudiese haber sobre el triunfador de San Fermín. De hecho, fue nada más arrastrar al abreplaza, una vez acondicionado el ruedo, cuando el torilero iba a abrir el portón de chiqueros, cuando el peruano le quitó la intención con un gesto: no se abre hasta que me ponga delante de rodillas. Y entonces, sí. Daniel Azcona abrió la puerta y Andrés le sopló una larga cambiada limpia y bien ejecutada que precedió a unos delantales comprometidos y templados, una tafallera para variar y una brionesa para despedir al bicho. Ya estaba la plaza con él.
Tan empeñado estaba en brillar más que el mismo sol esta tarde, que al quite de verónica delicada de Pablo a ese segundo respondió con toda la raza de unas chicuelinas apretadas para calentar al tendido. Hasta por encima del viento decidió estar el peruano, porque cuando soplaba, en el inicio muletero, se echó de rodillas para ofrecer menos resistencia y le sopló dos cambiados por la espalda y tres derechazos larguísimos, con molinete entregado y pectoral inmenso. Aquello ya era una locura. Más lo fue después, cuando se dedicó a torear con la exigencia máxima que permitía el bicho. Encajado al natural, siempre colocado y preciso hasta que el funo dijo basta. Pero aún le quedaba la traca de las cercanías, del gobierno del espacio y de una estocada contundente que a todos convenció. Excepto al asesor de la presidenta, un señor que debió de saber más que el tendido, que le dijo que era de una oreja. Ella bastante tenía con aguantar el tirón.
Menos mal que quedaba el quinto y allí no aflojaba nadie. Otra vez a chiqueros Andrés, pero no debió quedar contento, porque se echó de rodillas también en el tercio para pegarle verónicas que otros, de pie, sólo intentan. A los medios en un quite fantástico de gaoneras de perfil, vertical en un inicio muy clásico y comprometido de estatuarios en el inicio. Mandaba Andrés en el ruedo, en el recinto y en toda Pamplona, incluído el jabonero quinto, al que no le dejó marcharse del trapo, cual era su intención. Con ese ya tenía asegurada la oreja que certificaba el triunfo a pesar de su venida a menos, cuando tuvo que ponerle los muslos para que pensase que podía ganar. Y una estocada fulminate que lo hacía todo mucho más rotundo. Otra oreja para el absoluto triunfador de la feria.
Pero llegó el otro suceso cuando rayaba el ecuador del festejo, con un toro basto pero bien hecho, un punto por debajo de la exigencia de Pamplona. A ese lo cuidó Pablo, lo lidió desde su salida muy por abajo y pidió mesura a la cuadrilla en el penco y en banderillas. Luego, muleta en mano, se fue saliendo con él a los medios caminando con armonía, dejando trincheras de cartel de feria sin exigirle al animal hasta llegar a los medios. Y allí se dedicó a sí mismo -y a todos los que lo vimos- un cambio de mano que duró una eternidad hasta que el vuelo zurdo soltó el belfo del negro toro. Allí dejó Pablo enganchado a todo el toreo, mientras usaba el vuelo de la zurda para deletrear el toreo. Uno, dos, tres naturales macizos, con un espacio mínimo entre medias, sin forzar lo más mínimo la figura torera, a pesar de torear con todo el cuerpo. Fue magia lo que nos dejó Aguado en cinco minutos y pico de inolvidable obra. Lo de menos fue la oreja.
Como lo fue también que estaba Cayetano en el cartel, porque a su escasa fortuna en el sorteo de una corrida con más sombras que luces, se unió la intrascendencia de sus dos trasteos entre tanta superioridad de los compañeros. Anduvo con voluntad, con compromiso y con decoro, como siempre, pero nadie recordará que también estaba allí.
Lo rotundo lo había hecho Andrés, y lo armonioso, Pablo. No había espacio para más en la octava de feria.
Ficha del Festejo
Plaza de toros Monumental de Pamplona. Octava de la Feria del Toro. Corrida de toros. Lleno. Toros de Jandilla. Muy desiguales de presencia y tipo. Noble y repetidor el primero; de gran calidad y codicia el segundo; enclasado el manso tercero; pasador el rajado cuarto; noble y con calidad y fuerza justa el manso quinto; sin transmisión ni duración el castaño sexto. Cayetano (blanco y plata): silencio y silencio tras aviso. Roca Rey (tabaco y oro): oreja tras aviso y oreja. Pablo Aguado (sangre de toro y oro): oreja y silencio.