10.07.2024 07:32 a.m.
Redacción: Marco Antonio Hierro - Cultoro.es - Web Aliada - Foto: Emilio Méndez
Emilio de Justo cuaja al mejor toro de una gran corrida de Victoriano del Río de la que Ginés Marín también se lleva una oreja
Pamplona - España. Hay toreros que tienen a la fortuna de su parte, y ese es un activo muy importante cuando te sabes capaz de convertirlo en gloria. Pero hay también ganaderías que sabes que te van a echar al menos un toro de triunfo en cada encierro que lidian. Y hoy se juntaron dos de esos actores, el torero y la vacada, en el ruedo de Pamplona, con un toro quinto, Campanilla, que fue el gran suceso de la tarde, y con un matador, Emilio de Justo, que transformó en oro la suerte de enlotarlo.
Y no es tan fácil de cuajar un toro bravo cuando lo es tanto como el de Victoriano, porque hay que rascarle el fondo y no basta con ponerse. Aún así, esa embestida franca, encelada y fija, con la cara colocada cuando tiraban de él, fue tan hermosa que bastaba para llegar al tendido que atendía. Al otro, al que cantaba, había que llegar con la intensidad de la codicia que regalaba el toro. Lo vio tan claro el extremeño que a la segunda serie ya se le caía el brazo paralelo al cuerpo, desmayado y ansioso por descargarse en los riñones, pero aún no lo había hecho. A esas alturas aún creía Campanilla que podía ganar la pelea, pero le derrochó la nobleza por la pañosa tersa a Emilio, que nunca dejó de ser él. La estocada contundente que recetó el de Torrejoncillo fue el pasaje directo a la puerta grande pamplonesa. No hubo discusión.
Pudo haber alguna más con el segundo, un animal de exigente bravura con el que había que andar muy preciso para encontrar la armonía en el trasteo. Pero ese es el concepto de Emilio, y se empeñó en usarlo para dejar momentos de mucho empaque por el extraordinario pitón derecho del animal. La virtud del extremeño con este, al que le dejó lances de mucha solvencia, pero una media realmente brillante, muy De Justo en la marca, fue no dejarle tocar los avíos para que no convirtiese en defensa su fuerza justa en el fondo. Pero no lo mató y ese fue también su lunar.
Ninguno tuvo Ginés Marín en una de las tardes más macizas y brillantes de lo que va de año. Sin alarde, sin vender nada, el también extremeño saludó al tercero con lances templados, con mucha facilidad en la ejecución, y una media tan sabrosa que hasta Pamplona la coreó. Andaba muy justo el animal, y lo sabía Ginés, pero la mimosa suavidad con la que lo trató desde el principio siempre actuó a favor de obra. Fantástico al natural, esperando la llegada lenta del toro, codicioso y noble; conduciendo hasta muy atrás una embestida que siempre fue tan boyante como la fuerza le permitió al animal. Y reventando al de Victoriano con un sopapo fulminante del que salió con la oreja en la mano.
Al otro, al sexto, un mulo de largo corpachón y tremenda seriedad en todos sus ademanes, siempre le tuvo paciencia. Y apostó por él, pese a que nunca mostró virtudes para atisbar el toreo. Se la echó como si fuera a embestir, le esperó las llegadas como si fuera a pasar del embroque y se quedó quieto como si así se convenciese el toro, pero eso nunca ocurrió. Por eso le dejó otro espadazo de premio y se fue para el hotel, donde hoy dormirá muy tranquilo. No hay reproche alguno que dirigirle a ese torero.
A Castella tal vez sí, y es no haber matado como merecía el toro que abrió la tarde. Animal de buena planta, honda estampa y enclasada embestida, se encontró con ese Sebastián delicado que parece hipnotizar a los animales. Ese no suele dejar de exprimir a ninguno de sus oponentes, pero no logró pasearle despojo a ese toro después de que fueran los dos de menos a más, hasta que llegó una soberbia tanda de mano diestra, enterrada en la arena y viajando despacio por el surco que hacía el bicho con el hocico. Pero ahí se acabó la historia, porque la que tuvo con el cuarto se resume en que dos no se pelean si uno no quiere, y el de Victoriano decidió huir.
Para el final del festejo, con ese Campanilla como el hito más bravo hasta ahora de San Fermín, Emilio de Justo se convertía en el primer torero al que las circunstancias dejaban abandonar el ruedo en hombros. Y la suerte, que conviene que esté de tu parte cuando quieres permanecer como figura.
Ficha del Festejo
Plaza de toros Monumental de Pamplona. Quinta de la Feria del Toro. Corrida de toros. Lleno. Toros de Victoriano del Río y uno, el sexto, de Toros de Cortés. De cierta clase y duración el buen primero; exigente y bravo el segundo, humillador por el derecho; flojo pero exigente por el derecho el tercero; soso y huidizo el cuarto; bravo el quinto, de extraordinaria embestida por el pitón izquierdo; deslucido y sin opciones el sexto. Sebastián Castella (grana y plata): silencio tras aviso y silencio tras dos avisos. Emilio de Justo (botella y oro): silencio tras aviso y dos orejas. Ginés Marín (oro viejo e hilo blanco): oreja y silencio.