19.05.2024 06:29 p.m.
Redacción: Marco Antonio Hierro - Cultoro.es - Foto: Luis Sánchez Olmedo
Juan de Castilla saluda dos ovaciones sinceras en el día que mata dos corridas separadas por 2,000 kilómetros
Madrid - España. Una concurso por la mañana en la cuna del torismo y una de Miura por la tarde, en la plaza más importante del mundo. Un toro de Prieto de la Cal, otro de Pages-Mailhan y dos de Zahariche, tres ovaciones y una oreja. Y 2.000 kilómetros entre la matinal francesa y la vespertina madrileña. Muchas emociones para un mismo día. Mucho miedo tragado en una sola jornada, pero también mucho respeto conseguido entre los que no lo conocían de nada. Lo cierto es que, a pesar de todo, por encima de todo, Juan de Castilla se levantará mañana temprano para currar en la empresa de paquetería que le paga las facturas. Así de paradógico y grande es el toreo.
Los compañeros le pasarán la mano por la espalda, le darán la enhorabuena, pero ninguno de ellos será tan exigente como él, que sabe que si le hubiera funcionado el acero con ese tercero de Miura puede que ahora las orejas fueran dos. Lo demás fue sencillamente perfecto. Desde la forma de citar en la distancia a los dos toros de su lote hasta la manera de enterrar las plantas en la arena para aguantar a pie firme las miradas por dentro, las venidas imprecisas, las arrancadas mentirosas que iban sin ir de verdad. Juan de Castilla se la echó a los toros, muy parecidos en su comportamiento, como si fueran buenos. Poco importó la llegada mortecina y sin emoción del segundo para que el colombiano le templase el caminar mucho más allá de lo que era previsible. Tampoco la mansedumbre del semoviente quinto, que antes de llegar a su capote ya había visitado el callejón dos veces y lo había intentado una tercera vez más. Nada importaba hoy, aparte de demostrar que la voluntad de Juan es mucho más grande que las circunstancias.
Hoy se cambió en la Sala de Toreros para volver a convertirse en el torero que dejó de ser en un vuelo comercial de Toulouse a Madrid, a donde lo condujo el mal tiempo y casi lo arruina la decisión de un ganadero de no cambiar el turno de lidia en Vic Fezensac. Entró de paisano y salió de héroe. E hizo gala de su condición una vez que el público de Las Ventas lo obligó a saludar tras el paseíllo. Cuando se despedía de la plaza, camino de la furgoneta que lo llevaba a vestirse de nuevo de paisano, dejó impronta suficiente para que lo llamen de Pamplona, aunque sea para matar la de Escolar. Este es un torero de los que gustan en San Fermín, porque no se guarda nada.
También debería estar allí Jesús Enrique Colombo, aunque no tuviera hoy un día de suerte. La puerta del encierro que abrió el pasado año debería valerle como aval, aunque hoy sólo haya podido dejar momentos de su incuestionable entrega. Y eso que ha podido salir con la boca partida por ajustar los embroques al clavar en la misma cara en banderillas. Un pitonazo en la cara, otro en el pecho, uno más en el brazo… y él empeñado en clavar con compromiso. Con la muleta fue todo afán, pero no fue el manso encierro llegado de Zahariche el más propicio para el toreo del venezolano.
Ni para el toreo de cualquier otro, porque si hay un torero avezado en este encaste, ese es Rafaelillo, y tampoco él fue capaz de brillar con su lote. Anduvo por encima, profesional, capaz y decidido, pero se encontró con un cárdeno sin vida ni chispa para abrir plaza y un mulo sin fuelle alguno para el cuarto acto. Tanto que ni siquiera embistió una sola vez en la muleta del murciano, que tardó poco en pasaportarlo de una estocada fulminante que valió una ovación.
Todo ello ocurrió hoy y en la novena de San Isidro. Una corrida en la que Juan Pablo Correa se convirtió en Juan de Castilla para solaz del toreo. Pero mañana, que será lunes y ni siquiera habrá toros en Madrid, el de Medellín verá cómo su avión vuelve a convertirse en calabaza y su vestido de luces en un mono de trabajo. Porque, a pesar de todo -y esperemos que por poco tiempo- mañana tendrá que levantarse para currar.
P.D.: Para los indocumentados que piden música en Las Ventas, aclaremos que en esta plaza no suena la música durante las faenas, de modo que el que quiera escucharla puede abstenerse de pedirla y ponerse la radio en el móvil. Gracias.
Ficha del Festejo
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Feria de San Isidro, novena de abono. Corrida de toros. 20.749 espectadores. Toros de Miura. Agalgados y cornalones, feos en general. Anodino sin raza ni vida el cárdeno primero; mortecino con fondo el lesionado segundo; repetidor y exigente el reponedor tercero; un mulo el feble cuarto, sin vida; manso con cierta nobleza el semoviente quinto; geniudo y con movilidad el complicado sexto. Rafael Rubio ‘Rafaelillo’ (negro y oro): silencio y ovación. Juan de Castilla (botella y oro): ovación tras aviso y ovación. Jesús Enrique Colombo (nazareno y oro): silencio tras aviso y silencio. Incidencias: Juan de Castilla saludó tras el paseíllo tras su gesta toreando en Francia esta mañana y, por la tarde, en Madrid.