14.04.2025 10:16 a.m.
Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora
Mario Vargas Llosa, Nobel de Literatura y taurófilo apasionado, ha fallecido a los 89 años dejando un legado literario y taurino inconmensurable. Con sus textos, defendió la Fiesta como arte, tradición y símbolo de libertad, enfrentando la modernidad con valor y profundidad. Su obra es ya patrimonio del toreo.
Ubaté - Colombia. Mario Vargas Llosa, un titán de las letras y baluarte de la tauromaquia, ha muerto a los 89 años. Con su partida, el mundo pierde no solo a un Nobel de Literatura, sino a uno de los más ilustres defensores de la Fiesta Brava. Su palabra fue capote y su pluma, estoque de oro en defensa del arte de torear.
La tauromaquia está de luto. El maestro de las letras, Mario Vargas Llosa, ha fallecido este domingo en Lima a los 89 años, dejando tras de sí un legado monumental no solo en el ámbito literario, sino también en el universo taurino, que siempre defendió con un coraje, claridad y pasión dignas de los más grandes maestros del ruedo.
Para la historia quedarán sus inmortales novelas La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral y La fiesta del Chivo, pero también quedarán para siempre sus textos, discursos, ensayos y artículos donde erigió una defensa intelectual, estética, cultural y ética de la Fiesta de los Toros. Porque Vargas Llosa fue mucho más que un escritor aficionado: fue un apoderado moral de la tauromaquia, un torero de la palabra que supo interpretar la lidia de la vida como se interpreta un quite por verónicas: con temple, belleza, riesgo y verdad.
Un Nobel con alma de torero
El Nobel de Literatura 2010 no solo asistía como espectador a plazas como Las Ventas, La Maestranza o Acho de Lima, sino que asumía públicamente —con gallardía y sin ambages— su militancia cultural y emocional a favor de la tauromaquia, incluso en los tiempos más convulsos de ataques políticos, animalistas o populistas.
Sus textos como “La última corrida”, “Torear y otras maldades”, “La barbarie taurina” y su discurso en la entrega del Premio Paquiro 2010 constituyen un verdadero manifiesto filosófico y estético sobre la corrida de toros, elevándola al rango de arte mayor, donde se sublima la tensión entre vida y muerte, entre tragedia y belleza, entre valentía y efímera eternidad.
En palabras del propio Vargas Llosa: “La fascinante combinación de gracia, sabiduría, arrojo e inspiración de un torero y la bravura, nobleza y elegancia de un toro bravo eclipsan todo dolor y riesgo, creando imágenes con la intensidad de la música, la danza, la pintura y el teatro, cargadas de rito, mito y simbolismo sobre la condición humana”.
Un defensor de la libertad desde el burladero
Para Vargas Llosa, prohibir las corridas era un acto autoritario y antidemocrático, una afrenta a la libertad individual, un atropello a la tradición viva y al arte popular más profundo del mundo hispano. Defendía que, si alguien no quería asistir a una corrida, estaba en su derecho, pero que igual derecho debía tener quien la ama para disfrutarla.
Rechazaba la hipocresía de quienes condenaban el espectáculo taurino mientras justificaban atrocidades industriales contra otros animales —como la ganadería intensiva o la pesca recreativa— y exigía que, si el debate era ético, lo fuera en su totalidad y sin excepciones.
La Fiesta, para él, no era salvajismo sino civilización, no era tortura sino liturgia, no era sadismo sino arte puro: “La Fiesta está llena de amor por los toros”, sentenció emocionado en la entrega del Premio Paquiro. “Quien quiera terminar con la Fiesta quiere terminar con el toro bravo, con su esencia, con su existencia”.
Complicidad con el toro: Diálogo eterno
Vargas Llosa llevó su defensa más allá del ensayo y del artículo. En su poético texto "Diálogo con el toro 'Navegante'", plasmó de forma magistral el vínculo ancestral y simbólico entre el hombre y el toro, como si fueran dos fuerzas mitológicas enfrentadas en una danza ritual que habla de muerte, sí, pero sobre todo de sentido y trascendencia.
Entendía que el toro de lidia no es solo un animal, sino una entidad metafórica y cultural, fruto de una selección genética, estética y ética que no puede ser comprendida fuera de su entorno natural: el campo bravo y el ruedo. Afirmaba que, si desaparece la corrida, desaparece el toro bravo, y con él, toda una cultura milenaria.
“El toro vive para embestir, para pelear, para expresar su bravura. Quitarle eso es negarle su esencia, devolverlo a la nada”.
La tauromaquia como hilo dorado de la cultura
Desde Goya, Lorca y Picasso hasta Hemingway, Alberti y Michel Leiris, la tauromaquia ha sido musa, símbolo y espejo del alma humana. Vargas Llosa fue consciente de ello y lo defendió con obras, palabras y presencia. Él mismo se reconocía espiritualmente marcado por la primera corrida a la que asistió de niño en La Coronilla, Cochabamba, de la mano de su abuelo Pedro.
De ahí en adelante, su vida, como su obra, estaría atravesada por el eco del clarín, el pasodoble vibrante, la muleta roja, el silencio tenso del último tercio, y la explosión estética de la estocada final.
Fue, sin duda, el mayor intelectual iberoamericano contemporáneo que defendió con más fuerza, lucidez y valentía la Fiesta Brava en el siglo XXI.