12.05.2015 21:14
Redacción: Barquerito - Cronicatoro.com - Web Alida
Pero solo el más ligero de los seis, tercero de corrida, embiste con son. Una hermosa faena de Juan del Álamo, que peca, sin embargo, por larga y no tiene remate a espada
Madrid - España. En la corrida de fonsecas –o rabosos, o aldeanuevas…- de Pedraza de Yeltes hubo tres toros monumentales. Se jugaron de primero, cuarto y quinto. Monumentos de distintos órdenes y estilos. De hondura y cuajo despampanantes el cuarto. La pinta –negro tizón- acrecentaba la sensación de hondura. Cinqueño, y llevaba la edad en estampa, espíritu y cara. En tiempos se celebraba de salida en Madrid el trapío de un toro. O su hondura. Ya no.
Cinqueño también el quinto, que era sexto del sorteo. Corto de manos, colorado casi encendido, bajo de agujas, cuello y pecho frondosos, una exageración de carnes, y le acabaron pesando los kilos: 700. Sesenta más que el temible cuarto, el toro que más imponía por delante de cuanto va de feria. No tanto por la cara como por el gesto. También el primero superó la cota de los 600 kilos, pero, alto de grupas, zancudo y largo con ganas, y un año menos –los cuatro de ley-, no llenó plaza tanto como los otros dos.
La corrida dio solo un toro de buen trato. Seriamente armado, más que ninguno, fue el tercero, el único que no pasó de los 550 kilos. La ligereza contó más que el motor: medido en el caballo porque se le adivinó frágil, tuvo luego docena y media de golosos viajes, al cabo de los cuales aparecieron síntomas de flaqueza: embestidas cada vez más cortas, empleo desganado, renuncia disimulada a pelear en los medios, que fue donde Juan del Álamo planteó seria pelea. Toro y torero se fundieron en los momentos más brillantes de una función larguísima. Sobró media hora.
A la faena del torero de Ciudad Rodrigo le sobraron dos tandas, las dos últimas. A toro ya en resistencia pasiva. La encarecieron, empero, una apertura imaginativa, graciosa, inspirada y transparente: muletazos de distintas suertes: trincheras, ayudados por alto, los del desdén, parte del rico repertorio del toreo a dos manos. Y, enseguida, dos tandas ligadas, abundantes y templadas en redondo con su broche de pecho. A cámara lenta los muletazos terceros de cada tanda. Por la izquierda fue otro el son del toro, más trabajoso, no tan goloso. Después de un desplante de recurso más que de adorno estaba todo el trabajo hecho. Tras las dos tandas que sobraron, costó igualar al toro y decidir si atacar en la suerte contraria o no. En la contraria, apuradamente, una estocada delantera y ladeada. Tardó en echarse el toro. Un aviso. Adiós, oreja.
Fue, por lo demás, tarde feliz de Juan con el capote, que parece no pesarle. Muy bellas las dos medias con que remató un quite de dos mandiles al segundo de la tarde; de lindo compás los nueve lances, nueve, con que recibió al tercero hasta fijarlo fuera de la segunda raya; logrado de verdad un quite calmoso a la verónica a ese mismo toro; y, en fin, muy sueltos de brazos y por abajo los lances con que atemperó las galopadas vivas del toro de los 700 kilos en su salida hirviente. Ese torazo, agarrado contra el peto casi tres minutos y desfogado entonces, se aplomó a los diez viajes si no antes. Y a este lo mató por derecho y por arriba, y sin temblar, el torero de Ciudad Rodrigo.
No hubo apenas más cuestión que no fuera ver cabalgar tan a su aire al toro que rompió el fuego, porque el toro de sangre Raboso tiene una privativa e inquietante manera de cabalgar. O ver hacer tantas cosas raras al imponente cuarto, que romaneó y derribó a Tito Sandoval tras dura lid. Caballo derribado, incapaz de levantarse porque la armadura se lo impedía, y casi cinco minutos de parálisis mientras se desmontaba la doble guarnición: los blindajes y sus pompas. Un toro muy mirón y hasta incierto ese cuarto, y Castaño, indeciso con el primero de la tarde, que se soltó demasiado, no lo vio nunca claro.
Era la despedida de Paco Ureña del abono y eso le obligó a porfiar sin esconderse, pero sin suerte, salvo la de salir casi ileso de una cogida empalada resuelta en dos puntazos pero solo eso porque pudo ser más. Un segundo toro que se quiso ir. Y un sexto, casi 600 kilos, de altísimo porte, negro zaino, armado por delante, acaballado, que salió maltrecho de varas y, por flojo, se puso pegajoso, como los toros prontos sin poder. Una faena interminable.
Ficha de la Corrida
Madrid, 12 may. Madrid. 5ª de San Isidro. Veraniego, calor sofocante. Dos horas y veinticinco minutos de función. Casi tres cuartos de plaza. Seis toros de Pedraza de Yeltes (Luis y Javier Uranga). Se intercambió el turno de salida de los dos últimos. Javier Castaño, silencio tras aviso en los dos. Paco Ureña, silencio en los dos. Juan del Álamo, saludos tras un aviso y silencio. Paco Ureña, herido leve por el segundo. Puntazos en cresta iliaca y muslo derecho. Incidencias: Bien a caballo Tito Sandoval, Paco María y Óscar Bernal, que picaron a 4º, 3º y 5º respectivamente. Brillantes en banderillas Ángel Otero y Fernando Sánchez.