02.05.2024 07:10 a.m.
Redacción: Marco Antonio Hierro - Cultoro.es - Web Aliada - Foto: Luis Sánchez Olmedo
Robleño, Cortés y Espada construyen las embestidas necesarias para brillar sin triunfo con un encierro de El Montecillo hueco.
Madrid - España. Fernando Robleño, Javier Cortés y Francisco José Espada hacían el paseíllo, este jueves, en la tradicional corrida de toros goyesca de Madrid. Se lidiaba un encierro con el hierro de El Montecillo.
Robleño se juega la vida para saludar una ovación con el reservón primero
El primero era un toro rematado por donde lo mirases; amplio de pechos, largo de lomo, generoso de badana y fino de cabos, pero no fue bueno su desempeño en capotes ni caballos, siempre guardándose entrega y poder y llegando por sorpresa en banderillas, donde sobresalió un valeroso César del Puerto, con un par de tremenda exposición. La tuvo también durante todo el trasteo un Robleño intenso, capaz y poderoso con un animal que quería reponer, quería venir por dentro, quería buscar el chaleco como el que no quiere la cosa, y lo consintió Fernando con la precisión justa para que la reserva no fuera a más ni su muleta le exigiese la rendición. Y para ello se jugó la vida manejando la diestra como si fuera bueno. Para estar orgulloso. Una media estocada le facilitó la ovación.
Cortés emborrona con la espada una faena de contundente poso al natural al segundo
También el serio carbonero que hizo segundo, aplaudido de salida por su presencia, hizo ademanes de desentenderse a las primeras de cambio. También perdió las manos en varias ocasiones en varias, y salió de baja del peto. Complicado fue el tercio de banderillas porque ni se movió, y hubo que pasar de oficio. Pero en la muleta estaba Javier Cortés para derrochar conocimiento y valor a partes iguales. El primero para iniciar a su altura, para ir robando pasadas a regañadientes mientras tragaba la reposición remontó a del carbonero, con cierto fondo escondido que no conocía ni él para que hurgase Cortés a fuerza de jugarse el cuero. Ladrón de embestidas fue el madrileño para arrastrar la muleta de repente, como salida de la nada, para transportar una embestida que pareció hasta excelente. Así fueron los naturales macizos que dejó Javier sin que nadie acertase a esperarlos. Una oreja tenía en la mano cuando se le atascó la espada y se le puso en contra un sector de la plaza, que se olvidó de todo lo anterior.
Espada se la juega con el exigente tercero en notable pugna con inoportuno pinchazo
Más suelto de carnes, que no de romana, andaba el castaño tercero, altiricón y distraído, pero más humillador en el capote que manejó Espada con facilidad hasta la recoleta final, en la que le soltó el funo un navajazo a la altura de la cintura sin venir a cuento. En la muleta se puso bruto en el inicio de estatuarios, emborronando el final, y esa fue la tónica después, porque renegaba el animal de la carrera que había iniciado casi al momento de iniciarla. Le dio más distancia Fran y repuso; tuvo paciencia y le amenazó el castaño casi cada vez que pasaba, y tuvo que tragar el madrileño para extraer los muletazos. Enorme, pese a que no llegase al tendido hasta que no intentó el parón ojedista. Y todo ello, con un toro con la vista cruzada. Las manoletinas finales fueron un plus de miedo en su faena que asentó una actuación sobresaliente con lo que había delante. Pero pinchó antes de la estocada, y no hubo para más premio que la ovación.
El acero vuelve a jugarle a la contra a un enorme Robleño que se la jugó con el cuarto
El cuarto, negro girón, era, tal vez, el toro más descomunal de apariencia del encierro, que se acusaba aún más con el pequeño Robleño delante soplándole verónicas de salida mientras se dejó. El animal fue al peto a topar con violencia, la misma brusquedad con que luego acometió en la muleta. Pero no quería pasar, y el esfuerzo de Robleño por estructurar con mucha exposición se encontraba con un animal que no lo tenía más allá del segundo; de ahí en adelante era todo tragar sin eco, pero ahí continuó un Robleño que estaba probándose él, más que al público. Y aprobó con nota.
Javier Cortés y sus ganas de ser se topan con el quinto y las suyas de no embestir
Los dos pitones que lucía el castaño quinto eran sencillamente pavorosas, y pocas veces las apartó del pecho de Javier Cortés, que eran su punto de mira preferido. Le costó arrancar, entregarse y hasta terminar los trazos suaves que le proponía el madrileño y nunca fue material de triunfo para un Cortés que tampoco se aburrió. Preparado, metido y maduro, no hubo aquí forma, sin embargo, de sacar un fondo del que no disponía el de El Montecillo.
Espada sin espada con un sexto de reserva y dificultad
Cuando salió el cierra plaza, un animal rematado y cornidelantero que siempre tendió a venirse por dentro, ya nadie tenía fe en la corrida. Pero salió Fran Espada a no dejarse nada del valor y la voluntad que siempre lleva consigo. Midió tanto el animal que había que poderle, tragarle y torearlo; por ese orden. Fue exactamente eso lo que hizo Espada, pero exponiendo pecho primero y muslos después. Le bajó los humos hasta que fue suyo, y luego le ofreció vuelo zurdo en tres series de maciza verdad. Tocando sutil, embarcando preciso y dibujando cada natural con el temple necesario para que no se quedase debajo de la tela. Y cuando se quedaba, volvía a tragar Francisco. Pero la espada se llevó la oreja que tenía cortada. Ovación tras aviso.
Ficha del Festejo
Plaza de toros de Las Ventas. Segunda de la Mini-Feria de la Comunidad de Madrid. Corrida de toros goyesca. 18.300 espectadores. Toros de El Montecillo, manso, distraído y reservón el primero; sin raza, pero con cierto fondo de obediencia el remontón segundo; de vista cruzada y llegadas por dentro el exigente, pero enfondado tercero, aplaudido; manso sin fondo ni raza el destartalado cuarto; sin raza, ni entrega ni humillación el espectacular quinto; remiso y por dentro el complicado sexto. Fernando Robleño, ovación y silencio. Javier Cortés, silencio tras aviso y silencio. Francisco José Espada, ovación y ovación tras aviso.